La Biblia hebrea es una recopilación de textos legendarios, legales, poéticos, proféticos, filosóficos e históricos escrita casi por completo en hebreo y en arameo, que a partir de 600 a. de C.
La Biblia hebrea es la escritura fundamental del judaísmo. La Tora —conocida también como los Cinco Libros de Moisés, o Pentateuco (término griego que significa «cinco libros»: Incluye el Génesis, el Éxodo, el Levítico, los Números y el Deuteronomio. Cuenta la historia del pueblo de Israel desde la creación del mundo y la época del diluvio y los patriarcas hasta el éxodo de Egipto, la travesía del desierto y la entrega de la Ley en el Sinaí. La Tora concluye con el adiós de Moisés al pueblo de Israel.
El meollo de la Biblia hebrea está constituido por un relato épico que describe la aparición del pueblo de Israel y su continua relación con Dios. A diferencia de otras mitologías de Oriente Próximo, como las narraciones egipcias de Osiris, Isis y Horus o la epopeya mesopotámica de Gilgamesh, la Biblia está firmemente cimentada en una historia terrenal.
Es un drama a lo divino representado ante los ojos de la humanidad. Asimismo, a diferencia de las historias y crónicas monárquicas de otras naciones antiguas de Oriente Próximo, no se limita a celebrar el poder de la tradición y las dinastías reinantes, sino que nos ofrece una visión compleja y, sin embargo, clara de cómo se ha desplegado la historia para el pueblo de Israel.
El pueblo de Israel es un actor fundamental en esta obra dramática. Su comportamiento y adhesión a los mandamientos de Dios determinan la dirección en que corrió el flujo de la historia.
La narración bíblica hebrea comienza en el jardín del Edén y prosigue a través de los relatos de Caín y Abel y el diluvio universal de Noé, hasta centrarse finalmente en el destino de una única familia, la de Abraham. Abraham fue elegido por Dios para convertirse en padre de una gran nación y siguió fielmente las órdenes divinas. Viajó con su familia desde su hogar original de Mesopotamia hasta la tierra de Canaán, donde, en el curso de una larga vida, se desplazó como un intruso entre la población ya asentada y engendró con su mujer, Sara, un hijo, Isaac, que heredaría las promesas dadas antes por Dios a Abraham. Jacob —el patriarca de la tercera generación—, hijo de Isaac, fue padre de doce tribus bien diferenciadas.
Abraham en su peregrinaje, sacó adelante una gran familia y fundó altares por todo el país, Jacob combatió con un mensajero o ángel y recibió el nombre de Israel (que significa «el que peleó con Dios»), por el que se conocería a todos sus descendientes.
La Biblia relata cómo los doce hijos de Jacob lucharon entre sí, trabajaron juntos y, finalmente, dejaron su país natal para buscar refugio en Egipto en una época de grandes hambrunas. Y en su testamento, el patriarca Jacob declaró que la tribu de su hijo Judá reinaría sobre todos ellos (Génesis 49:8-10).
La gran epopeya se desplazó del drama familiar al espectáculo histórico. El Dios de Israel reveló su formidable poder en una demostración contra el faraón de Egipto, el soberano humano más poderoso de la Tierra. Los hijos de Israel se habían convertido en una gran nación, pero estaban esclavizados como una minoría menospreciada dedicada a construir los grandes monumentos del régimen egipcio.
La intención de Dios de darse a conocer al mundo se hizo realidad mediante su elección de Moisés como intermediario para procurar la liberación de los israelitas a fin de que pudiesen emprender su auténtico destino. Los libros del Éxodo, el Levítico y los Números describen en lo que es, quizá, la serie de acontecimientos más vívida de la literatura occidental cómo el Dios de Israel sacó de Egipto a los hijos de su pueblo y los condujo al yermo sirviéndose de señales y milagros. En el Sinaí, Dios reveló a la nación su verdadera identidad como YHWH (el nombre sagrado compuesto por cuatro letras del alfabeto hebreo) y le dio un código legal para guiar sus vidas como comunidad y como individuos.
Las cláusulas santas del pacto de YHWH con Israel, escritas sobre unas tablas de piedra y guardadas en el Arca de la Alianza, se convirtieron en su sagrado estandarte de guerra en su marcha hacia la tierra prometida. En algunas culturas, el mito fundacional se habría detenido en este punto —como explicación milagrosa de la aparición del pueblo—. Pero la Biblia tenía más siglos de historia que contar, con numerosos triunfos, milagros, reveses inesperados y mucho sufrimiento colectivo por venir. A los grandes triunfos de la conquista israelita de Canaán, la fundación de un gran imperio por el rey David y la construcción del Templo de Jerusalén por Salomón les siguieron el cisma, caídas reiteradas en la idolatría y, finalmente, el exilio. La Biblia describe, en efecto, cómo poco después de la muerte de Salomón, las diez tribus del norte, molestas al verse subyugadas por los reyes davídicos de Jerusalén, se escindieron unilateralmente de la monarquía unificada, forzando así la creación de dos reinos rivales: el de Israel, en el norte, y el de Judá, en el sur.
Durante los doscientos años siguientes, el pueblo de Israel vivió en dos reinos separados y sucumbió una y otra vez, según se nos cuenta, al señuelo de los dioses extranjeros. Todos los soberanos del reino del norte aparecen descritos en la Biblia como pecadores irrecuperables; y de algunos reyes de Judá se nos dice también que se apartaron de la senda de la devoción cabal a Dios. Llegado el momento, Dios envió invasores y opresores extranjeros para castigar al pueblo de Israel por sus pecados. Primero, los arameos de Siria hostigaron al reino de Israel. Luego, el poderoso imperio asirio provocó una devastación sin precedentes en las ciudades del reino del norte y, en 720 a. de C., impuso a una parte importante de las diez tribus el amargo destino de la destrucción y el exilio. El reino de Judá sobrevivió durante más de un siglo, pero su gente no pudo evitar el juicio ineludible de Dios. En el año 588 a. de C., el brutal imperio babilónico, entonces en alza, diezmó el país de Israel e incendió Jerusalén y su Templo.
Con esa gran tragedia, el relato bíblico se aparta nuevamente de forma característica del modelo normal de la épica religiosa antigua. En muchos de esos relatos, la derrota de un dios frente a un ejército rival significaba, asimismo, el final de su culto. Pero en la Biblia, el poder del Dios de Israel se consideró incluso mayor tras la caída de Judá y el exilio de los israelitas. Lejos de ser humillado por la devastación de su Templo, el Dios de Israel fue visto como una deidad de insuperable poder. Al fin y al cabo, había manejado a asirios y babilonios para que actuaran como agentes involuntarios suyos con objeto de castigar al pueblo de Israel por su infidelidad.
En adelante, tras el regreso de algunos exiliados a Jerusalén y la reconstrucción del Templo, Israel no sería ya una monarquía sino una comunidad religiosa guiada por la ley divina y dedicada a la exacta observancia de los ritos prescritos en sus textos sagrados. Y lo que determinaría el curso de la futura historia de Israel sería la decisión libre de hombres y mujeres de cumplir o violar aquel orden decretado por Dios —y no el comportamiento de sus reyes o el auge y la caída de los grandes imperios—. La gran fuerza de la Biblia residía en esa extraordinaria insistencia en la responsabilidad humana. Otras epopeyas antiguas se desvanecieron con el tiempo. En cambio, la influencia de la narración bíblica sobre la civilización occidental no haría sino ir en aumento.
La biblia hebrea y el relato de los orígenes: La Biblia hebrea comienza con los relatos de la creación, del paraíso, del diluvio universal, de la torre de Babel y de los gigantes o Nephilim o Anunnakis, que se refieren a la historia de los orígenes y son la introducción a la vocación de Abraham.
Leemos en Génesis 1:1 que al principio creó Elohim los cielos y la tierra. Ahora bien, la tierra era yermo y vacío, y las tinieblas cubrían la superficie del Océano, mientras el espíritu de Elohim se cernía sobre la haz de las aguas. Y dijo Elohim: «Haya luz», y hubo luz. Vio Elohim que la luz era buena y estableció Elohim separación entre la luz y las tinieblas; Elohim llamó a la luz día y a las tinieblas llamó noche. Y atardeció y luego amaneció: día uno. Dijo después Elohim: «Haya un firmamento en medio de las aguas y separe unas aguas de otras». Hizo, pues, Elohim el firmamento, puso separación entre las aguas que había debajo del firmamento y las aguas que había por encima de éste. Y así fue. Llamó Elohim al firmamento cielos. Y atardeció y amaneció: día segundo.
No hay analogías en esta creación, el relato afirma un acto hecho por Elohim. Luego, viene en el V:2 el estado caótico sobre la cara de la tierra, pero la huella mitológica de Mesopotamia dice que Tiamat era el dragón babilónico del caos, pero no se dijo que Moisés trajo esa imagen para aclarar el estado primigenio del caos del V:2. La creación es un acto directo de la voluntad del Eterno. Dios creó esto mediante la potencia y energía de su propio Verbo o Palabra. Aquí no hay espiritualidad inventa. La luz es el día primigenio y la noche es las tinieblas o oscuridad primigenia.
El firmamento fue la bóveda celeste dónde fueron reunidas las aguas y a esto se le llamó el mar. Este límite permitió la aparición de la tierra bajo el firmamento del cielo, que reposó sobre las aguas del océano. En las muchas mitologías, de Egipto, Sumer y Fenicia, el océano, el mar primigenio, dicen que fue el origen de la vida y no fue Elohim o Dios. Luego la insuflación de la palabra crea la vegetación de la tierra. Las ideas arcaicas le llamaron a la vegetación la madre tierra.
Luego el Eterno hace la creación de los astros. Los mitos dicen que los astros son criaturas de la voluntad de Dios, pero ellos no crean la luz. La luz fue creada por el Eterno. Nunca la criatura es superior al creador. Moisés rehusó dar crédito, honor, valoración y divinidad a los astros de las galaxias. No hay honores divinos en los astros. Lamentablemente, estos honores divinos a los astros influyeron en Israel en 2 Reyes 23:11 al final de la monarquía de Israel. En la reforma de Israel, Josías, este eliminó los caballos que los reyes de Judá habían consagrado al Sol a la entrada del templo, en el aposento del eunuco Netanméleck.
Luego, creó a los seres marinos, peces y aves y finalmente creó al hombre a su imagen y semejanza. Ya había creación del hombre en las mitologías egipcias y de Mesopotamia. El Egipto, el faraón fue creído como la imagen viviente del Dios Ra en la tierra de Egipto. El Salmo 8 habla que el hombre fue creado poco menor que los ángeles. El hombre fue creado imagen para su relación con Dios y semejanza para su relación con la tierra.
En los mitos de la creación de Sumer y de Babilonia el hombre es creado para trabajar para los dioses. Dios creó no sólo al hombre, sino también a la mujer. Este relato no se vincula con mitos, especulaciones gnósticas, divinización del sexo, o con el ascetismo. En la religión cananea el hombre participaba de lo divino mediante la prostitución sagrada. Después de la creación Elohim descansó.
En la epopeya babilónica de la creación del mundo, Marduk, que es el dios creador babilónico, es glorificado por los dioses superiores, recitando sus cincuenta nombres.
La narración bíblica termina con el descanso al séptimo día. Este relato es único dentro de las cosmologías orientales. Solo Dios tiene descanso. Al final de lo creado, no aparece ningún combate entre dos principios cósmicos primordiales personificados, ni enemistad contra Dios. El caos no tiene fuerza propia. Ningún texto de Ugarit se parece nada al relato bíblico. La Fe en el monoteísmo estricto de Yahveh le impedía a Moisés hablar en Génesis en un tono mitológico de combate de dioses, o divinizar los astros o aspectos de la naturaleza.
No hay una representación dualista de la lucha entre Dios y los monstruos de la naturaleza o del caos. Moisés descarta la ritualización y la historización del mito. En Génesis 2 encontramos un segundo relato de la creación, pero este es de tipo mesopotámico, filtrado a través de la religión cananea.
La cosmología de Sumer: Los sumerios ya especulaban sobre la naturaleza del universo, su origen y su funcionamiento. En el III milenio a.C. apareció en Sumer una cosmología y una teología. Los autores de los mitos se proponían exaltar a los astros, la naturaleza y a dioses y sus hazañas.
Admitían sin reparos todo lo que se dijera en su tiempo. No se ocupaban de los orígenes ni de su evolución. Los sumerios parten de datos relativamente objetivos y concretos, basados en la apariencia. Sintieron la necesidad de explicar el origen de los elementos cósmicos y de fijar entre ellos un orden de sucesión. Esta cosmogonía, que en principio se confunde con la teogonía, no ha quedado, en su conjunto, expuesta en ningún lugar.
El más grande mito de la creación en lengua sumeria lleva por título Enki y el orden del mundo, fechado en el III milenio a.C. Este mito sumerio fue reelaborado por los semitas. Los mitos de la creación, redactados en lengua sumeria son, pues, anteriores a los escritos en lengua acadia. Hay, sin embargo, una interdependencia entre los mitos de la creación en sumerio y en acadio. Hasta el II milenio a.C., no aparecen en Mesopotamia verdaderos mitos de la creación, pero se detectan huellas de la creencia de sus habitantes en un ordenado desarrollo de la creación que aparece en textos redactados en lengua acadia presargónica y sargónica.
La gran verdad es que ya estamos aquí en este planeta tierra y no somos un mito somos seres de una realidad creada a imagen y semejanza del Eterno.
Cuando uno examina los textos sumerios de carácter cosmogónico, concluye en lo siguiente desde ese punto de vida: Que, en una cierta época, el cielo y la tierra formaban una unidad. Que, ya existían algunos dioses antes de la separación de la tierra y del cielo. Que cuando esta separación de la tierra y el cielo tuvo lugar, fue el dios del cielo An, el que se llevó el cielo, y el dios del aire, Enlil, el que se llevó para él la tierra.
Había que preguntarle al sumerio: ¿Si crees que el cielo y la tierra habían sido creados? y en caso afirmativo ¿Por quién? ¿Cómo era la forma del cielo y de la tierra tal y cómo la representan los sumerios? ¿Quién había separado el cielo de la tierra? El sumerio responde: Mammu, es "la madre que dio la vida al cielo y a la tierra". El cielo y la tierra lo imaginaban los sumerios como producidos y creados por el mar primitivo. A la segunda pregunta responde: Para nosotros, el cielo y la tierra están reunidos como una montaña, y su base es la tierra y su cima es la cumbre del cielo y fue Enlil, el dios del aire, quién separó el cielo de la tierra.
La cosmogonía de los súmenos según Kramer consistía en los siguientes puntos: se resumen en que en un principio existía el mar primordial. Nada se dice de su origen, ni de su nacimiento. Que este mar primordial produjo la montaña cósmica, compuesta del cielo y la tierra, entremezclados y unidos. Que son personificaciones concebidos como dioses de forma humana, el cielo, llamado dios An representó el papel del macho y la tierra, Ki, la hembra.
Te dirá: Que de su unión nació el dios del aire Enlil quién separó el cielo y la tierra; mientras su padre, An, se llevaba el cielo, Enlil se llevaba la tierra, su madre. La unión de Enlil con su madre, la tierra, originó el universo organizado: la creación del hombre, de los animales, de las plantas, y el establecimiento de la civilización y la invención del arado y del azadón.
Los dioses sumerios se confundían con elementos cósmicos: cielo, tierra, aire y agua. Los dioses cósmicos engendraron a otros dioses. Eran considerados como los verdaderos creadores, organizadores y mantenedores del cosmos. Cada dios tenía a su cargo un determinado elemento del universo. Otros dioses se repartían el gobierno de los cuerpos celestes: el sol, la luna y los planetas; las fuerzas atmosféricas como el viento, el rayo y la tempestad; y en la tierra las montañas y las llanuras; los elementos de la civilización, como las ciudades, los Estados, los diques, los campos y las granjas y ciertas herramientas de trabajo, como el pico, el molde de fabricar ladrillos y el arado.
En el panteón sumerio los dioses estaban jerarquizados, como los hombres en la tierra. Los sumerios elaboraron la teoría del poder creador de la palabra divina. Para los sumerios el universo era un terreno reservado a los dioses. Los dioses, cuando su presencia en el universo no era necesaria, vivían en las montañas del cielo y de la tierra. El dios Luna se desplazaba en barca, el dios Sol en carro y el dios de la tempestad en las nubes. El tercero de los grandes dioses sumerios es Enki, dios del abismo, del océano.
Los sumerios les confiaban el gobierno a determinados dioses, y ciertas leyes y aún a fuerzas impersonales, así como a reglamentos divinos. En otro mito sumerio Inanna, diosa protectora de Uruk, reina del cielo, quiso aumentar la prosperidad de su ciudad y convertirla en el centro de la civilización sumeria, para lo cual se dirigió a Eridú, que había sido el centro, hasta entonces, de la civilización, donde Enki habitaba en el abismo de las aguas y tenía las leyes divinas fundamentales de la civilización. Inanna planeó arrebatárselas.
Enki, prendado de sus encantos, envía a su mensajero Isimud. Durante el festejo le entrega Enki las cien leyes divinas que Innana se lleva en su barca celeste. Una vez que se le pasan los efectos del banquete, Enki se entera de que le han sustraído las leyes divinas. Ordena a Isimud y a sus monstruos marinos que persigan a Inanna y que en la primera parada le quiten la barca celeste y le permitan continuar su viaje. Finalmente, Ninshubur impidió que en las paradas Isimud y los monstruos marinos se apoderaran de las leyes, que llegaron a Uruk.
Sobre el relato del Edén:
El relato yahvista (Genesis 2:4b-25) es el siguiente: El día en que hizo Yahveh Elohim tierra y cielos, ningún árbol campestre existía aún en la tierra y ninguna hierba del campo había germinado todavía; pues Yahveh Elohim no había hecho llover sobre la tierra, ni hombre existía para cultivar el suelo, ni corriente que surgiendo de la tierra regase toda la superficie del suelo. Entonces formó Yahveh Elohim al hombre del polvo del suelo, e insuflando en sus narices aliento de vida, quedó constituido el hombre como alma viviente. Luego Yahveh Elohim plantó un vergel en Edén, al oriente, y allí colocó al hombre que había formado. 9 Yahveh Elohim hizo, germinar del suelo toda suerte de árboles gratos a la vista y buenos para comer y, además, en el interior del vergel, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Brotaba de Edén un río para regar el vergel, y desde allí dividíase y formaba cuatro brazos. El nombre del primero es Pishón, el cual es el que circuye todo el país de Hawilah, donde se halla el oro, y el oro de este país es excelente. Allí se da [también] el bedelio y la piedra de shóham. El nombre del segundo río es Gihón, el cual es el que circuye todo el país de Kush. El nombre del tercer río es Hiddeqel (Tigris), el cual corre el este de Assur, y el cuarto río es Feral (Éufrates). Así, pues, tomó Yahveh Elohim al hombre y le instaló en el vergel de Edén, para que lo cultivara y guardara. Luego dio Yahveh Elohim orden al hombre, diciendo: «De todo árbol del vergel podrás comer libremente, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no has de comer, pues el día en que de él comas morirás sin remedio». Díjose después Yahveh Elohim: «No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle una ayuda similar a él». Entonces Yahveh Elohim, habiendo formado de la tierra todos los animales del campo y todas las aves de los cielos, los condujo ante el hombre para ver cómo los llamaba, y que toda denominación que el hombre pusiera a los animales vivientes, tal fuera su nombre. El hombre impuso, pues, nombres a todos los ganados, a todas las aves del cielo y a todas las bestias salvajes; más para el hombre no se halló ayuda similar a él. Así, pues, Yahveh Elohim infundió un sopor sobre el hombre, que se durmió; entonces le tomó una de las costillas, cerrando con carne su espacio. Luego Yahveh Elohim transformó en mujer la costilla que había tomado del hombre y la condujo al hombre. El hombre exclamó entonces: «Esta [sí que] es esta vez hueso de mis huesos y carne de mi carne. A ésta se le llamará «varona», porque de varón ha sido tomada». Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá con su mujer, formando ambos una sola carne. Ahora bien, los dos estaban desnudos, el hombre y su mujer, pero no sentían vergüenza.
En este relato, lo importante es el hombre, al que Dios cuida. Las concepciones cosmológicas son aquí diferentes de las expuestas en el primer relato de la creación. El jardín del Edén, lleno de árboles era custodiado por querubines. En la mitología babilónica, los querubines, mitad hombres y mitad animales, eran los guardianes de los templos y de los palacios.
En este relato el elemento mítico ha desaparecido casi por completo. La palabra "Edén" se encuentra en los profetas como un concepto claramente definido de una plastificación mitológica. Así en Isaías durante el destierro de Babilonia se lee: "Cuando haya consolado Yahveh a Sión, haya consolado todas sus ruinas y haya trocado el desierto en Edén y la estepa en el Edén de Yahveh" (Isaías 51: 53). Esta idea es expresada igualmente por Ezequiel (28:13; 31:9) entre los años 593 y 571 a.C.
En el relato del Edén no se designa como jardín de Dios, ni como morada de los dioses. Está plantado sólo para el hombre. Los mitos de muchos pueblos mencionan a un árbol de la vida cuyos frutos si se comen producen la inmortalidad. En el relato bíblico esta idea es muy chocante, debido a lo refractaria que es la Biblia a la mitología. El relato yahvista de fa creación (Genesis 2:9) menciona el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Es una versión de origen mesopotámico o cananeo que sólo se encuentra otra vez (Genesis 3:22-24), y se recuerda después en el Apocalipsis (Apocalipsis 22:2).
En la historia de la caída (Genesis 3:1-24) la Serpiente es considerada como uno de los animales creados por Dios. No es símbolo de Satán ni de un poder demoníaco, por esta razón, el relato no tiene relación alguna con el mito. Los querubines, que se mencionan al final del relato acompañaban a la divinidad (Salmo 18:11) y protegían también las áreas sagradas (1 Reyes 8:6-7). La zigzagueante espada es una objetivación mítica del relámpago. Este relato, aunque no se ha descubierto en él hasta el momento presente un trasunto babilónico o de otro origen, debe vincularse con los mitos orientales, de la creación del hombre, la montaña de los dioses, el árbol de la vida, los querubines, el agua vivificante, etc., mito que resuena en Ezequiel (Ezequiel 28: 11-19) historiado referente al rey de Tiro.
El mundo que narra el autor del relato no tiene nada en común con un verdadero mito. El carácter mitológico es mucho más fuerte en el texto de Ezequiel. Es una descripción sencilla del estado original, que utiliza algunas concepciones mitológicas. El relato bíblico es muy sobrio, si se les compara con las descripciones recargadas de otros mitos. No hay ninguna descripción del ambiente de tipo mitológico. Con posterioridad, la Biblia alude a la historia de la caída.
Los trazos míticos de la descripción del Paraíso son funciones de la narración etiológica para explicar la atracción del hombre y de la mujer, las molestias de la preñez de la mujer, la fatiga de los trabajos y la pobreza de la tierra cultivada. El relato de la caída es un caso muy típico de narración etiológica diferente del verdadero mito. Es una explicación ajena al mito. A la fatigosa vida actual del hombre se contra pone la imagen de una vida mejor representada míticamente como la forma de vida primordial. La vida perdida de felicidad no se puede representar sin introducir motivos míticos. Para el narrador hebreo los mitos contados no revisten un carácter mítico, que tuvo en la exégesis de finales del judaísmo y en los escritores cristianos.
La caracterización mítica se observa en las figuras de Adán y de Eva, que son el modelo ejemplar para toda la humanidad. En el relato yahvista Adán conservó la fisonomía del primer hombre en sentido histórico. Existen muchas analogías entre los mitos sumerios y algunos de los de la Biblia, cuyo conocimiento debió llegar a los hebreos a través de los fenicios, en opinión de S.N. Kramer, que cita en este sentido el poema mítico sumerio titulado Enki y Ninhursag, poema de 278 líneas, que trata del Paraíso, no del bíblico, sino del paraíso que prepararon los dioses para ellos en la tierra de Dilmun.
Los puntos de contacto entre el paraíso sumerio y el bíblico son los siguientes: La noción de paraíso parece ser de origen sumerio y está localizado en una región concreta. Es muy probable que fuera en el país de Dilmun, donde los. sumerios localizaron el paraíso, estuviera al sudoeste este Persia. Aquí colocan los babilonios el "país de los vivientes". Yahveh plantó el Edén hacia Oriente
El Edén hebreo estaba regado por cuatro ríos, al igual que el país de Dilmun. Enki, el dios del agua ordenó a Utu, el dios del Sol, que hiciera brotar agua fresca de la tierra para regar el suelo, que se convierte así en un riquísimo jardín. Lo mismo narra el relato bíblico.
En Dilmun las fieras salvajes no atacan y no hay ningún tipo de enfermedades, como tampoco las hay en el jardín hebreo. En tercer lugar, la maldición a la mujer de parir con dolor implica un estado superior al descrito en el mito sumerio en el que las mujeres paren sin dolor. Finalmente, la falta cometida por Enki al comerse las ocho plantas de Ninhursag equivale a la falta de Adán y de Eva al comerse la manzana.
La leyenda bíblica del nacimiento de Eva de una costilla de Adán, comparada con el mito del paraíso sumerio, proporciona la explicación de uno de los enigmas más embarazosos de la Biblia, donde Yahveh crea a la primera mujer de la costilla de Adán. En el poema de Dilmun una de las partes enfermas de Enki es la costilla, que en lengua sumeria es “Ti”.
La diosa que sana la costilla de Enki es Ninti, "la dama de la costilla"; “Ti significa en sumerio "hacer vivir". El retruécano sumerio que identifica a "la dama de la costilla" con "la dama que hace vivir", pasó a la Biblia.
El relato del Diluvio: Que nos es transmitido por Génesis 7 reza así: 1 Entonces dijo Yahveh a Noé: «Entra tú y tu familia en el arca, pues he observado que eres justo ante mí en esta generación. De todas las bestias puras te cogerás siete parejas, macho y su hembra; y de todas las bestias impuras, dos, macho y su hembra. También de las aves del cielo siete parejas, macho y hembra, para que perviva la raza sobre la haz de toda la tierra. Pues dentro de siete días voy a hacer llover sobre la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches, y aniquilaré de la superficie del suelo todos los seres que produje». Noé hizo conforme a cuanto Yahveh le había ordenado. Era Noé de seiscientos años de edad cuando tuvo lugar el diluvio, las aguas sobre la tierra. Ante las aguas diluviales entró Noé en el arca, y con él sus hijos, su mujer y las mujeres de sus hijos. De las bestias puras, y de las bestias que no lo son, y de las aves, y de todo lo que se arrastra sobre el suelo, 9 vinieron a Noé al arca, de dos en dos, macho y hembra, según había mandado Elohim a Noé. A los siete días, las aguas del diluvio irrumpieron sobre la tierra. En el año seiscientos de la vida de Noé, el segundo mes, el día diecisiete del mes, en ese día se hendieron todas las fuentes del gran abismo y las compuertas del cielo se abrieron; y duró el aguacero sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches. En aquel mismo día entró en el arca Noé, acompañado de Sem, Cam y Jafet, sus hijos, y con ellos la mujer de Noé y las tres nueras del mismo. Ellos y todas las bestias salvajes, y todos los ganados por sus especies, y todos los reptiles que reptan sobre la tierra por sus especies, y todas las aves por sus especies, todo pájaro, todo alado. Se llegaron a Noé, al arca, parejas de toda criatura dotada de soplo de vida, y los que entraban, macho y hembra de toda criatura entraban, conforme Elohim habíale ordenado. A continuación, cerró tras él Yahveh. Duró el diluvio sobre la tierra cuarenta días, y las aguas se multiplicaron y alzaron el arca, la cual se elevó por cima de la tierra. Las aguas fueron arreciando y se multiplicaron mucho sobre la tierra, mientras el arca flotaba sobre la superficie de las aguas. Las aguas, pues, crecieron muy mucho por encima de la tierra, de suerte que quedaron a cubiertas todas las más altas montañas que bajo el cielo entero existían. Quince codos más arriba crecieron las aguas, y quedaron cubiertas las montañas. De esta suerte expiró cuanta criatura bullía sobre la tierra, en aves, ganados, fieras y en todo el pulular de seres que pululaban sobre la tierra, así como toda la humanidad. Todo lo que contenía un aliento de espíritu vital en sus narices, de cuanto existía en la tierra firme, murió. Así fue exterminado cuanto ser existía en la superficie del suelo, desde el hombre hasta la bestia, el reptil y el ave de los cielos inclusive; quedaron exterminados de la tierra, retando tan sólo Noé y lo que con él estaban en el arca. Ciento cincuenta días prevalecieron las aguas por cima de la tierra.
Este relato presenta ciertos rasgos comunes con el relato del diluvio de la Epopeya de Gilgamesh. En una versión sumeria del diluvio, la asamblea de los dioses decide destruir a la humanidad contra el parecer de algunos dioses. Uno de ellos informa al piadoso rey Ziusudra de la catástrofe que se avecina. Hoy día no se defiende ya que la narración bíblica proceda de la babilónica.
Ambas dependen de una tradición más antigua, posiblemente originaria de Sumen Seguramente, cuando Israel entró en Canaán encontró ya una tradición sobre el diluvio. A pesar de las semejanzas materiales, existen diferencias profundas entre los dos textos. La versión babilónica es politeísta. Los dioses deciden aniquilar la ciudad de Shuruppak. El dios Ea se lo comunica a Utnapishtim, que es el protagonista. Ante el diluvio aúllan los dioses como fieras encadenadas, Ishtar grita como una parturienta.
Terminado el diluvio el héroe es recibido entre los dioses. El diluvio es una catástrofe que alcanzó todo el cosmos. Se derrumbó todo el edificio del universo al derramarse el agua sobre la tierra y brotar el mar primigenio. La creación vuelve con esta catástrofe primordial al caos, al juntarse de nuevo el océano primigenio y el caos. En 1960 se publicó la única versión de El diluvio de Babilonia hallada fuera de Mesopotamia, en Ugarit. Se refiere sólo al diluvio y no a la creación del hombre. El libro III de las Babyloniaká de Seroso narra el diluvio (Jacoby, FGrHist III C 378-382). Se indica que el protagonista por tres veces soltó pájaros para conocer si la tierra era habitable. El barco atracó en las montañas Gordianas de Armenia. Los habitantes del país lo desplazaron en parte.
El relato del matrimonio mixto de los ángeles: En este relato (Genesis 6:1-4), que describe el matrimonio de los ángeles con las hijas hermosas de los hombres. Los actores son los ángeles que pertenecían al mundo de los Elohim, no los hombres. El término hijo de Dios no tiene sentido mítico. Los gigantes son seres mitológicos semidivinos en principio. Posteriormente se aplica a hombres de gran altura (Números 13:33).
Los hijos de Dios, o hijos de los hombres en la mitología cananea de Ugarit son seres divinos o dioses especialmente relacionados con Ilu. En el judaísmo tardío y en el cristianismo son interpretados como ángeles.
Este relato en su origen viene de un mito cananeo para explicar el origen de los héroes. Los hijos que nacieron de esta unión fueron los gigantes (Deuteronomio 2:20-21; Amós 2:9; Ezequiel 32:21, 27).
En el primitivo mito, a la envidia a la divinidad jugaba un papel importante. El relato ha sido desposeído de su carácter mítico, pues el autor sólo pretende contar la corrupción de los hombres, por la intromisión de potencias sobrehumanas de carácter demoníaco.
El relato de la torre de Babel: Es el último relato de la historia de los orígenes. Está construido, al igual que los anteriores, con materiales muy antiguos. Este relato se lee en el Génesis (Genesis 11:1-9): Formaba entonces toda la tierra, una misma lengua y unos mismos vocablos. Pero al emigrar los hombres desde Oriente se encontraron una vega en el país de Shinar y allí se asentaron. 3 Dijéronse unos a otros: «¡Ea, fabriquemos ladrillos y cozámoslos al fuego!»; y les sirvió el ladrillo de piedra, y el asfalto, de argamasa. Luego dijeron: «¡Ea, edifiquémonos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue al cielo y así nos crearemos un nombre, no sea que nos dispersemos por la superficie de toda la tierra». Yahveh bajó para ver la ciudad y la torre que habían construido los hijos del nombre, Díjose Yahveh: «he aquí que forman un solo pueblo y poseen todos ellos una misma lengua, y éste es el comienzo de su actuación; ahora ya no les será irrealizable cuanto maquinen hacer. Ea, bajemos y confundamos ahí mismo su lengua, a fin de que nadie entienda el habla de su compañero». Luego los dispersó Yahveh de allí por la superficie de toda la tierra y cesaron de construir la ciudad. Por ello se la denominó Babel, porque allí confundió Yahveh el habla de toda la tierra, y desde allí los dispersó Yahveh por el haz de la tierra entera.
Se trata de una saga etiológica. Se quiere explicar cómo se llega a la multiplicidad de lenguas y de pueblos. Esta leyenda no procede de Babilonia, aunque se localizó en esta ciudad famosa por sus torres descritas por Heródoto (I, 178-194) que la visitó en el s. V a.C. Probablemente la torre es la ziqqurat Etemenanki "Fundamento del cielo y de la tierra".
La base era de 100 metros de lado, la altura de 91 metros y tenía siete pisos. En la parte superior se levantaba un templo construido con ladrillos vidriados de color azulado. En época helenística se destruyó parcialmente. La construcción de la torre era un peligro para los dioses, idea no presente en el texto bíblico. Se ha borrado todo dato histórico en el relato, que adquiere proporciones de hecho primigenio.
Los hombres se levantan contra Dios. Esta narración se ha considerado la última pieza de la historia de los orígenes. Esta concepción de la historia de los orígenes de la humanidad, que comienza con el relato de la creación, se encuentra ya en Sumer y estaba fijado hacia el año 2000 a.C.
Un tema parecido al relato bíblico de la confusión de las lenguas se lee en el poema sumerio, que lleva por título Enmerkhary el señor de Arana, en el que, al parecer, se atribuye a Enki la confusión de las lenguas de la humanidad, descontento de que todo el mundo homenajeara a Enlil en una sola lengua.
El tema sumerio era parecido al hebreo, con una diferencia importante. En Sumer la envidia de los dioses había ocasionado la caída del hombre, y en el relato bíblico era un castigo infligido al hombre, que intentó ser semejante a Dios. Antes de aparecer Oannes la humanidad hablaba una sola lengua. Después Nabu enseñó diversas lenguas a diferentes pueblos. El mito de la confusión de las lenguas se documenta, pues, también en la cosmogonía: babilónica.
Como hemos visto, cuando uno compara los mitos de los sumerios, acadios, asmoneos, asirios, egipcios y babilónicos con la biblia hebrea, se da cuenta que todos estos mitos proceden de una creencia politeísta y henoteísta dónde se libraban serios combates entre los dioses de aquellas creencias primigenias. Los relatos de la biblia hebrea son más específicos referentes a la creencia de un solo Dios que no combate con nadie en ninguna esfera celestial, dónde él es único creador, generador, sustentador y manifestador del cielo y la tierra, del mundo y de los que en el habitan.
Conociendo de estos mitos, podemos entender mejor esto de la biblia hebrea que contiene la revelación singular de la creación del universo y del hombre. Ciertamente la biblia hebrea tiene sus críticos en el judaísmo y cristianismo, pero lo cierto, es que contiene dimensiones de conocimientos muy claros para la vida practica del ser humano. Sabemos que actualmente gnósticos, ateos, científicos, escépticos y aun eruditos modernos han desacreditado la biblia hebrea como si fuera un libro cualquiera.
La biblia hebrea sigue siendo el libro más influyente del mundo. hay más indicios de autenticidad que cualquier otra historia profana, fábulas, mitos, y filosofías de hombres. La recomendación de Pablo es muy sabia: Examinadlo todo y retened lo bueno.
El autentico Dios de la biblia hebrea ha demostrado que fue capaz de predecir el futuro y de cumplirlo. Las profecías fueron cumplidas. Es el único que nos presenta la revelación escrita del único Dios verdadero y estamos en él. En la biblia hebrea los descendientes de Abraham fueron reales. De sus lomos surgió el pueblo escogido para transportar los valores de la ley al mundo. Al entrar en el conocimiento de la Plenitud, nos damos cuenta que Dios es Todo y en Todos 1 Corintios 15:28 y ya no es el Dios exclusivo del “Dios de Israel”.
En la biblia hebrea la “Palabra del Eterno” permanece para siempre y a esa Palabra se le conoce como la Toda Escritura inspirada por Dios. Si, la biblia hebrea tiene evidencia arqueológica. La Palabra del Verbo Cristo vino y dividió la historia en el antes de él y en el después de él y ha sido, es y seguirá siendo una Palabra con valores, sabidurías y principios que han transformado a miles de millones de seres en este planeta. Dicha Palabra es creíble hoy en este mundo de tantas corrientes en su contra. La Palabra vive.

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